Florencia, donde el tiempo se detuvo.

Si de Roma dicen que es una ciudad eterna; de Florencia (o Firenze) podemos asegurar que es un lugar en el que se ha detenido el tiempo.

La ciudad se conserva prácticamente como en el siglo XV. Se dice que esto es así debido a una crisis que se fue prolongando en el tiempo a la falta de interés de las autoridades, más preocupados por otras ciudades. Si es así ¡bendita crisis! El visitante tiene una oportunidad que se da en pocas ciudades: la de pasear por las mismas calles que pasearon autores como Dante o artistas como Leonardo o Miguel Ángel. Por cierto, no dejéis de visitar la Academia, donde podréis ver el David en toda su grandiosidad.

Visita obligada es también el Duomo. Y no solamente por admirar su interior: se puede subir hasta lo alto de su cúpula (ojo, el camino para subir hasta allí es muy estrecho) y desde ahí admirar toda la ciudad. Olvidad el vértigo: las vistas son fabulosas.

También podréis ver la galería de los Uffizi y su colección de arte renacentista. Hace falta un poco de paciencia porque siempre hay turistas haciendo cola para entrar, pero la espera merece la pena. Y si no podéis ver la colección el día previsto no os preocupéis: podéis visitar el palacio Vecchio o dar una vuelta por el puente del mismo nombre donde, por cierto, se encuentran las mejores joyerías de Florencia.

Hablando de tiendas: lo bueno de Florencia es que, pese a conservar su vetusta imagen, está acondicionada para el visitante de hoy en día: se pueden encontrar tiendas de toda clase y condición (a menudo enclavadas en lujosos palacios), e incluso mercadillos callejeros en los que se puede pagar con tarjeta de crédito. 

Ups, se me olvidaba cuando estéis en la ciudad no olvidéis tocar el morro del "Porcellino" (el jabalí de bronce emblema de la ciudad) quien lo hace, cuenta la leyenda, siempre vuelve a Florencia.